¿Quién
era san Tarcisio? No tenemos muchas noticias de él. Estamos en los primeros
siglos de la historia de la Iglesia; más exactamente en el siglo III. Se narra
que era un joven que frecuentaba las catacumbas de san Calixto, aquí en Roma, y
era muy fiel a sus compromisos cristianos. Amaba mucho la Eucaristía, y por
varios elementos deducimos que probablemente era un acólito, es decir, un
monaguillo. Eran años en los que el emperador Valeriano perseguía duramente a
los cristianos, que se veían forzados a reunirse a escondidas en casas privadas
o, a veces, también en las catacumbas, para escuchar la Palabra de Dios, orar y
celebrar la santa misa. También la costumbre de llevar la Eucaristía a los
presos y a los enfermos resultaba cada vez más peligrosa.
Un
día, cuando el sacerdote preguntó, como solía hacer, quién estaba dispuesto a
llevar la Eucaristía a los demás hermanos y hermanas que la esperaban, se
levantó el joven Tarsicio y dijo: «Envíame a mí». Ese muchacho parecía
demasiado joven para un servicio tan arduo. «Mi juventud —dijo Tarsicio— será
la mejor protección para la Eucaristía». El sacerdote, convencido, le confió
aquel Pan precioso, diciéndole: «Tarsicio,
recuerda que a tus débiles cuidados se encomienda un tesoro celestial. Evita
los caminos frecuentados y no olvides que las cosas santas no deben ser
arrojadas a los perros ni las perlas a los cerdos. ¿Guardarás con fidelidad y
seguridad los Sagrados Misterios?». «Moriré —respondió decidido Tarsicio— antes
que cederlos». A lo largo del camino se encontró con algunos amigos, que
acercándose a él le pidieron que se uniera a ellos. Al responder que no podía,
ellos —que eran paganos— comenzaron a sospechar e insistieron, dándose cuenta
de que apretaba algo contra su pecho y parecía defenderlo. Intentaron
arrancárselo, pero no lo lograron; la lucha se hizo cada vez más furiosa, sobre
todo cuando supieron que Tarsicio era cristiano; le dieron puntapiés, le
arrojaron piedras, pero él no cedió. Ya moribundo, fue llevado al sacerdote por
un oficial pretoriano llamado Cuadrado, que también se había convertido en
cristiano a escondidas. Llegó ya sin vida, pero seguía apretando contra su
pecho un pequeño lienzo con la Eucaristía. Fue sepultado inmediatamente en las
catacumbas de san Calixto.
El
Papa san Dámaso hizo una inscripción para la tumba de san Tarsicio, según la
cual el joven murió en el año 257. El Martirologio Romano fija la fecha el 15
de agosto y en el mismo Martirologio se recoge una hermosa tradición oral,
según la cual no se encontró el Santísimo Sacramento en el cuerpo de san
Tarsicio, ni en las manos ni entre sus vestidos. Se explicó que la partícula
consagrada, defendida con la vida por el pequeño mártir, se había convertido en
carne de su carne, formando así con su mismo cuerpo una única hostia inmaculada
ofrecida a Dios.
Queridas
y queridos monaguillos, el testimonio de san Tarsicio y esta hermosa tradición
nos enseñan el profundo amor y la gran veneración que debemos tener hacia la
Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo valor no se puede medir; es el
Pan de la vida, es Jesús mismo que se convierte en alimento, apoyo y fuerza
para nuestro peregrinar de cada día, y en camino abierto hacia la vida eterna;
es el mayor don que Jesús nos ha dejado.
Me
dirijo a vosotros, aquí presentes, y por medio de vosotros a todos los
monaguillos del mundo. Servid con generosidad a Jesús presente en la
Eucaristía. Es una tarea importante, que os permite estar muy cerca del Señor y
crecer en una amistad verdadera y profunda con él. Custodiad celosamente esta
amistad en vuestro corazón como san Tarsicio, dispuestos a comprometeros, a
luchar y a dar la vida para que Jesús llegue a todos los hombres. También
vosotros comunicad a vuestros coetáneos el don de esta amistad, con alegría,
con entusiasmo, sin miedo, para que puedan sentir que vosotros conocéis este
Misterio, que es verdad y que lo amáis. Cada vez que os acercáis al altar,
tenéis la suerte de asistir al gran gesto de amor de Dios, que sigue
queriéndose entregar a cada uno de nosotros, estar cerca de nosotros,
ayudarnos, darnos fuerza para vivir bien.
Como
sabéis, con la consagración, ese pedacito de pan se convierte en Cuerpo de
Cristo, ese vino se convierte en Sangre de Cristo. Sois afortunados por poder
vivir de cerca este inefable misterio. Realizad con amor, con devoción y con fidelidad
vuestra tarea de monaguillos. No entréis en la iglesia para la celebración con
superficialidad; antes bien, preparaos interiormente para la santa misa.
Ayudando a vuestros sacerdotes en el servicio del altar contribuís a hacer que
Jesús esté más cerca, de modo que las personas puedan sentir y darse cuenta con
más claridad de que él está aquí; vosotros colaboráis para que él pueda estar
más presente en el mundo, en la vida de cada día, en la Iglesia y en todo
lugar. Queridos amigos, vosotros prestáis a Jesús vuestras manos, vuestros
pensamientos, vuestro tiempo. Él no dejará de recompensaros, dándoos la
verdadera alegría y haciendo que sintáis dónde está la felicidad más plena. San
Tarsicio nos ha mostrado que el amor nos puede llevar incluso hasta la entrega
de la vida por un bien auténtico, por el verdadero bien, por el Señor.
Probablemente
a nosotros no se nos pedirá el martirio, pero Jesús nos pide la fidelidad en
las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la participación interior,
nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este tesoro en la vida de cada
día. Nos pide la fidelidad en las tareas diarias, el testimonio de su amor,
frecuentado la Iglesia por convicción interior y por la alegría de su
presencia. Así podemos dar a conocer también a nuestros amigos que Jesús vive.
Que en este compromiso nos ayude la intercesión de san Juan María Vianney —cuya
memoria litúrgica se celebra hoy—, de este humilde párroco de Francia que
cambió una pequeña comunidad y así dio al mundo nueva luz. Que el ejemplo de
san Tarsicio y de san Juan María Vianney nos impulse cada día a amar a Jesús y
a cumplir su voluntad, como hizo la Virgen María, fiel a su Hijo hasta el
final. Gracias, una vez más, a todos. Que Dios os bendiga en estos días. Os
deseo un feliz regreso a vuestros países.
No hay comentarios:
Publicar un comentario