sábado, 14 de julio de 2012

Con amor eterno te he amado


"Con amor eterno te he amado; por eso he reservado gracia para ti" (Jr 31, 3). No existía el hombre aún, y Dios que ya lo veía, lo amaba y lo quería; su amor se le adelantó desde la eternidad. Ninguna criatura podría existir si Dios no la hubiese precedido con su amor. "Tú amas a todos los seres -dice la Sagrada Escritura- y nada de lo que hiciste aborreces, pues si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado?" (Sb 11, 24). La historia de la vida del hombre es la historia del amor de Dios para con él. Una vez iniciada, no tiene fin, porque el amor de Dios tampoco lo tiene; sólo el pecado, como rechazo que es del amor divino, tiene la triste posibilidad de interrumpirla. Pero de por sí Dios ama con amor infinito, eterno, inmutable y fidelísimo; Él mismo ha querido declararlo con las expresiones más tiernas: "¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido" (Is 49, 15).

Dios ama al hombre cuando lo consuela, pero lo ama también cuando lo aflige con el dolor; sus gracias y consolaciones son amor, pero no lo son menos sus pruebas y castigos, "porque el Señor reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido" (pr 3, 12). En toda circunstancia, por triste y dolorosa que sea, está el hombre rodeado constatemente por el amor divino, que es siempre amor del bien y por eso quiere infaliblemente su bien aun cuando lo conduzca por el camino áspero y duro del sufrimiento. Y hasta no es raro que Dios hiera más duramente a los que ama más, "porque los adeptos de Dios en el horno de la humillación" son purificados (Ecli 2, 5). Sta Teresa de Jesús escribe: "Véis aquí, hijas, a quien más amaba (a Jesús) lo que dio (el sufrimiento)... Así que éstos son sus dones en este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones; a los que menos, menos" (Cm 32, 7). Aunque el dolor lo desgarre, el verdadero cristiana no vacila en su fe, sino repite: "hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4, 16).

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