Santa Catalina oyó que Dios le decía: "Toda criatura
dotada de razón posee en sí misma una viña, la viña de su alma. Esta viña de su
alma ha recibido de mí una fuerza tal que no hay demonio ni criatura alguna que
se la pueda quitar, si él mismo se opene a ello. Es en el bautismo donde ha
recibido esta fuerza, al mismo tiempo que la espada del amor a la virtud y del
odio al pecado.
Arrancad,
pues, las malas hierbas de los pecados mortales y plantad las virtudes;
arrepentíos, tened repugnancia del pecado y amad la virtud; entonces recibiréis
los frutos de la sangre de mi Hijo. No podréis recibirlos si no os disponéis
para llegar a ser buenos sarmientos unidos a la vid, pues mi Hijo ha dicho: 'Yo
soy la verdadera vid, mi Padre es el viñador, y vosotros los sarmientos'. Sí,
Yo soy el viñador; soy Yo quien ha plantado la verdadera vid, mi Hijo único, en
la tierra de vuestra humanidad para que vosotros, los sarmientos, unidos a esta
vid déis mucho fruto".
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