viernes, 31 de agosto de 2012

El valor del sacerdocio


Cuando se piensa que solamente un sacerdote puede perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios...

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote...

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él...

Cuando se piensa que un sacerdote, cuando celebra en el altar, tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios...

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese pan y ese vino, y que eso puede ocurrir, porque están escaseando las vocaciones sacerdotales, y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese Pan, y no habrá quien se lo dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos...

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales...

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal...

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en las leyes...

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación...

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo...

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable...

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado...

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor...

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la Tierra y que todos los santos del Cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.
Hugo Wast

jueves, 30 de agosto de 2012

Que se alegren las almas diligentes

En cierta ocasión vi a Satanás que tenía prisa y estaba buscando a alguien entre las hermanas, pero no la encontraba. Sentí en el alma la inspiración de ordenarle en nombre de Dios que me dijera a quién buscaba entre las hermanas. Y confesó, aunque de mala gana: Busco las almas perezosas. Cuando volví a ordenarle en nombre de Dios que me dijera a qué almas del convento tenía el acceso mas fácil, me confesó otra vez de mala gana que: A las almas perezosas y ociosas. Que se alegren las almas fatigadas y abrumadas por el trabajo.

(Santa Faustina. Diario 1127)

miércoles, 29 de agosto de 2012

Martirio de San Juan Bautista


El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno la inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor.

Foto: MINUTO DE ORACIÓN

El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno la inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor.

No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.

Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión fuera del Señor.

Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y brilla»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas, a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin.

La muerte –que de todas maneras había de acaecerle por ley natural– era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien dice el Apóstol: A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.

San Beda, el Venerable, presbítero.No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.

Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión fuera del Señor.

Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y brilla»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas, a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin.

La muerte –que de todas maneras había de acaecerle por ley natural– era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien dice el Apóstol: A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.

San Beda, el Venerable, presbítero.


martes, 28 de agosto de 2012

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva!

"¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por Ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste Tú quien me elevó hacia Ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de Ti, por la gran desemejanza que hay entre Tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que Tú te transformarás en mí.

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de Ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también Él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti."

San Agustín, doctor de la Iglesia.

lunes, 27 de agosto de 2012

Oración de Santa Teresita del Niño Jesús por los sacerdotes



"Oh Jesús!
Te ruego por tus fieles y fervorosos sacerdotes,
por tus sacerdotes tibios e infieles,
por tus sacerdotes que trabajan cerca o en lejanas misiones,
por tus sacerdotes que sufren tentación,
por tus sacerdotes que sufren soledad y desolación,
por tus jóvenes sacerdotes,
por tus sacerdotes ancianos,
por tus sacerdotes enfermos,
por tus sacerdotes agonizantes
por los que padecen en el purgatorio.
Pero sobre todo, te encomiendo a los sacerdotes 
que me son más queridos,
al sacerdote que me bautizó,
al que me absolvió de mis pecados,
a los sacerdotes a cuyas Misas he asistido 
y que me dieron tu Cuerpo y Sangre en la Sagrada Comunión,
a los sacerdotes que me enseñaron e instruyeron, 
me alentaron y aconsejaron,
a todos los sacerdotes a quienes me liga 
una deuda de gratitud, especialmente a ... 
¡Oh Jesús, guárdalos a todos junto a tu Corazón 
y concédeles abundantes bendiciones 
en el tiempo y en la eternidad! Amén." 

Santa Teresita del Niño Jesús 

sábado, 25 de agosto de 2012

Consagración al Corazón Eucarístico de Jesús


Sacratísimo Corazón de Jesús, verdaderamente presente en la Santa Eucaristía, te consagro mi cuerpo y mi alma para ser enteramente uno con Tu corazón, sacrificado cada instante en todos los altares del mundo y dando alabanza al Padre, implorando por la venida de Su Reino.


Ruego que recibas esta humilde ofrenda de mi ser. Utilízame como quieras para la gloria del Padre y la salvación de las almas. 

Santísima Madre de Dios, no permitas que jamás me separe de tu Divino Hijo. Te ruego me defiendas y protejas como tu hijo especial, Amén.


De las Siervas de La Santísima Eucaristía. Akita-Japón

viernes, 24 de agosto de 2012

Oración por la Santa Iglesia y por los sacerdotes


Oh Jesús mío, te ruego por toda la Iglesia: concédele el amor y la luz de tu Espíritu y da poder a las palabras de los sacerdotes para que los corazones endurecidos se ablanden y vuelvan a ti, Señor. Señor, danos sacerdotes santos; Tú mismo consérvalos en la santidad. Oh Divino y Sumo Sacerdote, que el poder de tu misericordia los acompañe en todas partes y los proteja de las trampas y asechanzas del demonio, que están siendo tendidas incesantemente para las almas de los sacerdotes. Que el poder de tu misericordia, oh Señor, destruya y haga fracasar lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes, ya que tú lo puedes todo. Oh mi amadísimo Jesús, te ruego por el triunfo de la Iglesia, por la bendición para el Santo Padre y todo el clero, por la gracia de la conversión de los pecadores empedernidos. Te pido, Jesús, una bendición especial y luz para los sacerdotes, ante los cuales me confesaré durante toda mi vida. Amén.

(Santa Faustina Kowalska)

jueves, 23 de agosto de 2012

Sub tuum praesidium


Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Oración a la Augusta Reina de los Cielos


¡Oh Augusta Reina de los Cielos y Señora de los Ángeles! Habéis recibido de Dios el poder y la misión de aplastar la cabeza de satanás, os lo suplicamos humildemente, enviadnos las legiones angélicas, para que bajo vuestro mando, persigan a los demonios, combatan contra ellos en todas partes, repriman su audacia y los sepulten en el infierno.
 ¿Quién como Dios? Santos ángeles y arcángeles: defendednos, guardadnos.
 ¡Oh buena y tierna Madre! Vos seréis siempre nuestro amor y nuestra esperanza. ¡Oh divina Madre! Enviad los santos ángeles para defenderme y para rechazar lejos al demonio, mi cruel enemigo. Amén.
***
Sobre la oración “Oh Augusta Reina” escrita por el Venerable Luis Eduardo Cestac, Fundador de la Congregación de las Siervas de María, Anglet, cerca de Bayona.
En 1863, un alma que tenía muy experimentadas las bondades de la Sma. Virgen, fue súbitamente herida como de un rayo de luz divina.
Le pareció ver a los demonios diseminados por toda la tierra, haciendo estragos inexplicables. Al mismo tiempo sintió su mente elevada hacia la Sma. Virgen, la cual le dijo que efectivamente los demonios andaban sueltos por el mundo y que había llegado la hora de rogarle como Reina de los Ángeles, pidiéndole que enviase las legiones santas para combatir y aplastar los poderes infernales.
Madre mía, dijo esta alma, ya que sois tan buena, ¿no podrías enviarlas sin que os lo rogáramos?
– No, respondió la Sma. Virgen; la oración es condición impuesta por Dios para alcanzar las gracias.
- En este caso, Madre mía, ¿querrías enseñarme Vos la manera de rogaros?
– Y creyó escuchar de la Sma Virgen, la oración “Oh Augusta Reina”.
El Señor Cestac fue el depositario de esta oración. Lo primero que hizo fue presentarla a Monseñor Lacroix, Obispo de Bayona, quien le dio su aprobación. Mandó imprimir inmediatamente medio millón de ejemplares, que distribuyó gratis por todas partes.
La oración “Oh Augusta Reina” se extendió rápidamente y fue aprobada por muchos obispos y arzobispos.
San Pío X, en 8 de julio de 1908, concedió a quien rezara esta oración trescientos días de indulgencias.

martes, 21 de agosto de 2012

A tiempos recios, soluciones recias

Foto: "A TIEMPOS RECIOS, SOLUCIONES RECIAS"

Ofrenda de mí misma, como víctima de holocausto, al amor misericordioso de Dios. 
¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y librar a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi santidad.

Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo como Salvador y como Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de Amor.
Os ofrezco también todos los méritos de los santos (los que están en el cielo y en la tierra), sus actos de amor y los de los Santos Ángeles; en fin, os ofrezco, ¡oh Trinidad Bienaventurada!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; en sus manos pongo mi ofrenda, rogándola que os la presente. Su divino hijo, mi Amado esposo, en los días de su vida mortal, nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será concedido». Estoy, pues, segura que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh, Dios mío!, cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah!, puedo recibir la sagrada comunión con tanta frecuencia como lo desee; pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?... Permaneced en mí, como en el sagrario, no os apartéis jamás de vuestra pequeña hostia...

Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico que me quitéis la libertad de ofenderos; si por debilidad, caigo alguna vez, que inmediatamente vuestra divina mirada purifique mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que transforma todas las cosas en si mismo...
Os doy gracias, ¡Dios mío!, por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Os contemplaré con gozo el último día, cuando llevéis el cetro de la cruz. Y ya que os habéis dignado hacerme participar de esta preciosa cruz, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado las sagradas llagas de vuestra Pasión...

Después del exilio de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el cielo, sólo quiero trabajar por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen eternamente.
A la tarde de esta vida, me presentaré delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que tengáis en cuenta mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas ante vuestros ojos. Quiero, por tanto, revestirme de vuestra propia Justicia, y recibir de vuestro amor la posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a Vos, ¡oh Amado mío!

A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; vos podéis, pues, prepararme en un instante, para presentarme ante vos...
Para vivir en un acto de perfecto amor, ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, las olas de ternura infinita que tenéis encerradas en vos y que, de ese modo, me convierta en mártir de vuestro amor, ¡oh, Dios mío!
Que este martirio, después de prepararme para presentarme ante vos, me haga finalmente morir y que mi alma se lance sin tardanza en el abrazo eterno de vuestro amor misericordioso...
Quiero, ¡oh, Amado mío!, a cada latido de mi corazón, renovar esta ofrenda un número infinito de veces, hasta que las sombras se hayan desvanecido y pueda repetiros mi amor en un cara a cara eterno...

MARÍA, FRANCISCA, TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ, reí. carm. md.
Fiesta de la Santísima Trinidad, 9 de junio del año de gracia de 1895
Ofrenda de mí misma, como víctima de holocausto, al amor misericordioso de Dios. ¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y librar a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi santidad.

Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo como Salvador y como Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de Amor.


Os ofrezco también todos los méritos de los santos (los que están en el cielo y en la tierra), sus actos de amor y los de los Santos Ángeles; en fin, os ofrezco, ¡oh Trinidad Bienaventurada!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; en sus manos pongo mi ofrenda, rogándola que os la presente. Su divino hijo, mi Amado esposo, en los días de su vida mortal, nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será concedido». Estoy, pues, segura que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh, Dios mío!, cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah!, puedo recibir la sagrada comunión con tanta frecuencia como lo desee; pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?... Permaneced en mí, como en el sagrario, no os apartéis jamás de vuestra pequeña hostia...

Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico que me quitéis la libertad de ofenderos; si por debilidad, caigo alguna vez, que inmediatamente vuestra divina mirada purifique mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que transforma todas las cosas en si mismo...


Os doy gracias, ¡Dios mío!, por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Os contemplaré con gozo el último día, cuando llevéis el cetro de la cruz. Y ya que os habéis dignado hacerme participar de esta preciosa cruz, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado las sagradas llagas de vuestra Pasión...

Después del exilio de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el cielo, sólo quiero trabajar por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen eternamente.

A la tarde de esta vida, me presentaré delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que tengáis en cuenta mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas ante vuestros ojos. Quiero, por tanto, revestirme de vuestra propia Justicia, y recibir de vuestro amor la posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a Vos, ¡oh Amado mío!

A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; vos podéis, pues, prepararme en un instante, para presentarme ante vos...


Para vivir en un acto de perfecto amor, ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, las olas de ternura infinita que tenéis encerradas en vos y que, de ese modo, me convierta en mártir de vuestro amor, ¡oh, Dios mío! Que este martirio, después de prepararme para presentarme ante vos, me haga finalmente morir y que mi alma se lance sin tardanza en el abrazo eterno de vuestro amor misericordioso...

Quiero, ¡oh, Amado mío!, a cada latido de mi corazón, renovar esta ofrenda un número infinito de veces, hasta que las sombras se hayan desvanecido y pueda repetiros mi amor en un cara a cara eterno...


TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ

Fiesta de la Santísima Trinidad, 9 de junio del año de gracia de 1895

lunes, 20 de agosto de 2012

Acordaos

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén.

Esta oración, también conocida por su título en latín "Memorare", se atribuye San Bernardo de Claraval y es una de las mejores oraciones de confianza que podemos dirigir a nuestra Madre, la Virgen María. De él son estas palabras: Que nuestra alma sedienta acuda a esta fuente, y que nuestra miseria recurra a este tesoro de compasión... Virgen bendita, que tu bondad haga conocer en adelante al mundo la gracia que tú has hallado junto a Dios: consigue con tus oraciones el perdón de los culpables, la salud de los enfermos, el consuelo de los afligidos, ayuda y libertad para los que están en peligro.(S. Bernardo, Hom. en la Asunción de la B. Virgen María, 1, 7-8).

domingo, 19 de agosto de 2012

Dios eterno, suma y eterna pureza


"Dios eterno, suma y eterna pureza, te has unido al barro de nuestra humanidad movido por el fuego de tu caridad, con el que te has quedado para alimento nuestro... Comida de los ángeles, suma y eterna pureza; por eso requiere tanta pureza en el alma que te recibe en este dulcísimo sacramento... ¿Cómo se purifica el alma? En el fuego de tu caridad, lavando su rostro en la sangre
 de tu Unigénito Hijo.

Me despojaré de mi vestido hediondo, y con la luz de la fe santísima conoceré que Tú, Trinidad eterna, eres nuestro alimento, mesa y servidor. Tú, Padre eterno, eres la mesa que nos da el alimento del Cordero, tu Unigénito Hijo; Él es nuestra comida suavísima, sea por su doctrina que nos nutre en tu voluntad, sea por el sacramento que recibios en la santa comunión, el cual nos apacienta y reconforta mientras somos peregrinos y viandantes en esta vida. El Espíritu Santo es el que nos sirve la comida, porque nos provee esta doctrina iluminando el ojo de nuestro entendimiento e inspirándonos seguirle. Nos da también la caridad para con el prójimo y el hambre de dar de comer a las almas y de la salvación de todo el mundo, para honra tuya, oh Padre".

Sta Catalina de Siena, doctora de la Iglesia.

sábado, 18 de agosto de 2012

¡Ave María!

Foto: MINUTO DE ORACIÓN

Eres la maravilla
que aproxima a mi ser rumor de cielo,
asomada a tu orilla
acallo mi desvelo
y agita mi raíz afán de vuelo.

Habita en ti la luz
y coronan tu frente doce estrellas,
manantial de virtud,
más bella entre las bellas,
me elevas a la gloria por tus huellas.

En tu sereno asilo
hay zumo de cipreses y azucenas,
tu pleamar tranquilo
ahoga viejas penas
y alumbra la esperanza en las patenas.

Por tu fe fui salvada,
de tu corazón se abrió la profecía,
la semilla granada,
que en tu seno latía,
rasgó el velo de la sabiduría.

Criatura amantísima,
está prendado el Rey de tu bondad,
fuente generosísima,
laurel de caridad,
aboga por mi paz y libertad.

Eres arco en la nube,
escala de Jacob, potentes alas,
contigo mi alma sube,
ornada con tus galas,
hacia el vergel que amante me señalas.

Alumbras mi alborada,
Virgen clemente, Reina y Madre mía,
con tu brazo amparada 
vivo en tu cercanía
y canta mi interior: ¡Ave María!

Eres la maravilla
que aproxima a mi ser rumor de cielo,
asomada a tu orilla
acallo mi desvelo
y agita mi raíz afán de vuelo.

Habita en ti la luz
y coronan tu frente doce estrellas,
manantial de virtud,
más bella entre las bellas,
me elevas a la gloria por tus huellas.

En tu sereno asilo
hay zumo de cipreses y azucenas,
tu pleamar tranquilo
ahoga viejas penas
y alumbra la esperanza en las patenas.

Por tu fe fui salvada,
de tu corazón se abrió la profecía,
la semilla granada,
que en tu seno latía,
rasgó el velo de la sabiduría.

Criatura amantísima,
está prendado el Rey de tu bondad,
fuente generosísima,
laurel de caridad,
aboga por mi paz y libertad.

Eres arco en la nube,
escala de Jacob, potentes alas,
contigo mi alma sube,
ornada con tus galas,
hacia el vergel que amante me señalas.

Alumbras mi alborada,
Virgen clemente, Reina y Madre mía,
con tu brazo amparada
vivo en tu cercanía
y canta mi interior: ¡Ave María!






 

viernes, 17 de agosto de 2012

Sobre la caridad fraterna y el perdón


¡Que el Señor te bendiga! Voy a explicarte tu caso de conciencia. ¿Hay preocupaciones o personas que te impiden amar al Señor Dios? Pues bien, ama a los que te importunan. A no ser que el Señor te indique con contrario, no exijas que ellos cambien de actitud con respecto a ti. Los debes amar tal como son.

En esto reconoceré que amas al Señor y que me amas a mí, su servidor y el tuyo: si cualquier hermano del mundo, después de haber pecado cuanto es posible pecar, puede encontrarse con tu mirada, pedir tu perdón e irse perdonado. Si no te pide perdón, pregúntale tú si quiere ser perdonado. Y aunque después de esto pecara mil veces contra ti, ámale todavía más de lo que me amas a mí, y todo ello para llevarlo al Señor. Ten siempre compasión de estos desgraciados. Y cuando se presente la ocasión, haz saber a los guardianes de nuestras comunidades, tu firme resolución de amar así".

San Francisco de Asís
 

jueves, 16 de agosto de 2012

Pan dulcísimo, cura el paladar de mi corazón


Foto: MINUTO DE ORACIÓN

Pan dulcísimo, cura el paladar de mi corazón para que experimente la suavidad de tu amor. Sánalo de toda debilidad, para que no guste otra dulzura fuera de Ti, ni busque otro amor, ni ame otra belleza. Pan purísimo que encierras, que contienes en Ti todo deleite y el sabor de toda suavidad, que siempre nos restauras y nunca te desvirtúas, de Ti se nutra mi corazón y de tu dulzura se llene lo íntimo de mi alma. De Ti se nutre en plenitud el ángel; nútrase de Ti, según su capacidad el hombre peregrino, para que, fortalecido con tal alimento, no desfallezca por el camino.

Pan santo, Pan vivo..., que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y límpiame de toda impureza de la carne y del espíritu: entra en mi alma y santifícame interior y exteriormente. Sé Tú la continua salvación de mi alma y de mi cuerpo. Aleja de mí a los enemigos que me tienden asechanzas; huyan lejos de la presencia de tu poder, para que fortalecido por Ti en lo exterior y en lo interior, llegue por el sendero recto a tu reino, donde te veremos, no envuelto en el misterio como en esta vida, sino cara a cara... Entonces me saciarás de Ti con una saciedad admirable, de modo que no tenga ya hambre ni sed eternamente.

San Anselmo, obispo y doctor de la IglesiaPan dulcísimo, cura el paladar de mi corazón para que experimente la suavidad de tu amor. Sánalo de toda debilidad, para que no guste otra dulzura fuera de Ti, ni busque otro amor, ni ame otra belleza. Pan purísimo que en
cierras, que contienes en Ti todo deleite y el sabor de toda suavidad, que siempre nos restauras y nunca te desvirtúas, de Ti se nutra mi corazón y de tu dulzura se llene lo íntimo de mi alma. De Ti se nutre en plenitud el ángel; nútrase de Ti, según su capacidad el hombre peregrino, para que, fortalecido con tal alimento, no desfallezca por el camino.


Pan santo, Pan vivo..., que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y límpiame de toda impureza de la carne y del espíritu: entra en mi alma y santifícame interior y exteriormente. Sé Tú la continua salvación de mi alma y de mi cuerpo. Aleja de mí a los enemigos que me tienden asechanzas; huyan lejos de la presencia de tu poder, para que fortalecido por Ti en lo exterior y en lo interior, llegue por el sendero recto a tu reino, donde te veremos, no envuelto en el misterio como en esta vida, sino cara a cara... Entonces me saciarás de Ti con una saciedad admirable, de modo que no tenga ya hambre ni sed eternamente.



San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia

miércoles, 15 de agosto de 2012

No hay que tener miedo

Pues cuando parece que Jesús va dormido, estás más al tanto que nunca y es cuando menos nos dejas de su mano.
 
No hay que tener miedo
No hay que tener miedo
¡Gente de poca fe!...

Escuchamos este reproche de Jesús. ¿Por qué será? ¿Por qué Jesús da tanta importancia a la fe y a la confianza en Él? ¿Por qué se queja cuando nos ve titubeantes? ¿Por qué?...

Aquel día había sido para Jesús una jornada muy dura, con predicar y atender a la gente.
Llegado el atardecer, da a los apóstoles, hombres del lago que lo conocen bien, esta orden precisa:
- Preparad la barca y vámonos a la otra orilla. A ver si podemos descansar un poco.

Ni tardos ni perezosos, preparan la nave, montan en ella a Jesús, y emprenden la travesía. Se acerca la noche, y viene lo peor e inesperado. El lago de Genesaret era así. No avisaba ni prevenía las borrascas, que se levantaban en el momento más inesperado.

Empieza a soplar un viento impetuoso, se alzan fuertes oleadas, y la barca se llena de agua con verdadero peligro de naufragio.

Jesús, entre tanto, dormido profundamente sobre un cabezal en popa, pues no podía con el cansancio de aquel día. Los apóstoles lo remueven, le desvelan y le gritan llenos de espanto:
- ¡Maestro! ¡Maestro! ¿No te importa que nos muramos?...

Jesús se sacude los ojos, contempla la escena, se encara con el viento -¡Calla!-, y le grita al mar embravecido:
- ¡Cálmate!...

El viento cesa repentinamente y se produce una bonanza total en el lago.

Pero a los apóstoles les reprocha con la compresión de siempre, aunque también con seriedad:
- ¿A qué viene tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?...

Los apóstoles se salvan de una muerte segura. Y comienzan a decirse unos a otros, como si aún no conocieran a Jesús:
- Pero, ¿quién es éste, al que obedecen hasta el viento y el mar?...

Hasta aquí, la narración del Evangelio, que a nosotros nos viene a dar esa lección que Jesús nos quiere meter bien adentro de la cabeza: ¡Fe! ¡Confianza! ¡Fuera miedos!...

Cuando Lucas nos narra este mismo episodio nos advierte, con toda intención, que la barca era de Pedro. Clara alusión al sentido del milagro: en la barca de la Iglesia va siempre velando Jesús.

Pedro, el Papa, nosotros los fieles metidos en la barca, ¿hemos de temer las persecuciones contra la Iglesia, los momentos difíciles que la Iglesia ha de pasar, las incomprensiones de que la Iglesia es objeto?... Nada de esto debe preocuparnos. Estamos prevenidos y sabemos que la Iglesia es indefectible. Una Iglesia sin contradicción nos daría miedo, pues no sería la Iglesia de Jesucristo.

El Señor, aunque parezca que a tiempos está dormido, vela constantemente sobre su Iglesia, a la que han asaltado piratas, la han bombardeado desde el aire, le han perseguido los submarinos, la han rodeado acorazados poderosos para hundirla... --¿de qué manera no habrán atacado la nave de la Iglesia?--, y la Iglesia lleva ya dos mil años cruzando los mares sin hundirse...

Pero, no estamos ahora haciendo apología de la Iglesia ni la queremos presentar con aire triunfalista.

Miramos la fe en nuestras propias vidas. ¿Cómo y por qué debemos tener fe en Dios?

Nuestros padres, abuelos y antepasados se preocupaban mucho de los fenómenos naturales. Una buena lluvia traía una buena cosecha. Una sequía resultaba fatal. Un terremoto causaba una catástrofe irreparable. La enfermedad estropeaba quizá para siempre la vida. La salud era el mayor de los bienes... Y así todas las realidades físicas, unas buenas otras malas. Por eso, toda la oración iba dirigida a Dios para escapar de estos males y para conseguir todos esos bienes.

Hoy vivimos con la convicción de que todo eso sigue estando en la mano de Dios. Pero sabemos también que todos esos fenómenos obedecen a causas naturales, bien conocidas, y nuestro tesón va dirigido a dominar esas fuerzas de la naturaleza que Dios pone en nuestras manos.

Otra cosa son los males morales y espirituales. Aquí ya nos encontramos con una gran responsabilidad por parte nuestra. No podemos echar la culpa a fallos de la naturaleza sino a descuidos nuestros.

¿De dónde puede venir un fracaso en el negocio? A lo mejor, de falta de preparación o de la pereza...
¿De dónde puede venir un fracaso en el amor?
A lo mejor, de un carácter insoportable...
¿De dónde puede venir un accidente de tránsito? A lo mejor, de una imprudencia culpable...
¿De dónde un mal social, como la pobreza extrema? A lo mejor, de la injusticia reinante...

Tanto en los males físicos como morales, nos toca sufrir. No nos gustan. Nos los queremos echar de encima. Y hacemos bien. Porque es deber nuestro el evitarlos.

¿Dónde suele estar entonces nuestro fallo? Por una parte, está en la falta de fe y confianza en el amor y providencia de Dios.

Y por otra, en la falta de colaboración nuestra para ayudar al mismo Dios.

Dios nos ayuda a nosotros cuando nosotros ayudamos a Dios con nuestro trabajo y con nuestro esfuerzo. La Providencia de Dios cuenta siempre con ese trabajo y esfuerzo nuestros. Y sólo entonces tenemos derecho a acudir a Dios con la oración, sabiendo que Dios no nos va a fallar.

¡Señor Jesucristo! Tú nos amas y estás siempre con el ojo atento sobre nosotros.

¿Qué mal nos puede venir si te llevamos, no en una barca, sino en el corazón? Siempre confiaremos en Ti. Pues cuando parece que vas dormido, estás más al tanto que nunca y es cuando menos nos dejas de tu mano....

martes, 14 de agosto de 2012

La oración es el medio más eficaz para restablecer la paz en las almas



Todas las actividades humanas están dirigidas a la madre tierra. Sólo en el momento de la oración el hombre levanta el corazón hacia el paraíso y entra en conversación con el Creador del universo, con la Causa primera de 
todo, con Dios. Toda buena madre se alegra mucho cuando el hijo le pide algo, pues ello es la expresión de la confianza del hijo en la bondad de su propia madre. Del mismo modo, Dios reconoce con alegría la confianza que nosotros le manifestamos en la oración. Esta oración no debe expresarse en forma rígidamente establecida. Su esencia es la petición, la acción de gracias o la adoración expresada a Dios. El que no ora no entiende fácilmente el espíritu de oración. Además, no puede darse cuenta de la felicidad que la oración ofrece al alma, de la energía que comunica en la vida de cada día. 

La oración es un medio desconocido, y sin embargo el más eficaz para restablecer la paz en las almas, para proporcionarles la felicidad, ya que sirve para acercarlas al amor de Dios. La oración hace renacer el mundo. La oración es la condición indispensable para la regeneración y la vida de cada alma. Oremos bien, oremos mucho, tanto con los labios como con el pensamiento y experimentaremos en nosotros mismos cómo la Inmaculada se adueñará cada vez más de nosotros, cómo nuestra pertenencia a Ella será cada vez más profunda en todos los aspectos, cómo nuestros pecados se desvanecerán y nuestros defectos se debilitarán, cómo nos acercaremos cada vez más a Dios con suavidad y fuerza. 

Cada hombre, pues, nace con capacidades proporcionadas a la misión a él confiada y, durante toda su vida, el ambiente, las circunstancias, todo contribuirá a hacerle fácil y posible el cumplimiento de esa misión. Y en ese cumplimiento de su objetivo consiste precisamente toda la perfección del hombre; y cuanto mayor es la precisión con que realiza su propia tarea, cuanto más perfectamente cumple su misión, tanto más grande y santo es a los ojos de Dios. 

lunes, 13 de agosto de 2012

A la hora que menos lo pensemos, se presentará el Señor



Señor, si dices que vigilemos y estemos preparados, es porque a la hora que menos lo pensemos, te presentarás Tú. Así quieres que estemos siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquemos la virtud. Es como
 si dijeras: Si el vulgo de las gentes supieran cuándo había de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor. Así, pues, para que no limiten su fervor a ese día, no revelas ni el común ni el propio de cada uno, pues quieres que te estemos siempe esperando y seamos siempre fervorosos. De ahí que dejaste también en la incertidumbre el fin de cada uno. Sabiendo que has de venir infaliblemente, haz que vigilemos y estemos preparados, a fin de que no nos lleven desapercibidos de este mundo.

Señor, Tú exiges de tu siervo prudencia y fidelidad. Lo llamas "leal", porque no sisó nada ni nada dilapidó vana y neciamente de los bienes de su señor; lo llamas "prudente", porque supo administrar como debía lo que se le había confiado. Haznos también a nosotros, Señor, siervos leales y prudentes, para que no usurpemos nada de cuanto te pertenece y administremos convenientemente tus bienes.

San Juan Crisóstomo

miércoles, 8 de agosto de 2012

Santo Domingo de Guzmán


La vida de Domingo era tan virtuosa y el fervor de su espíritu tan grande, que todos veían en él un instrumento elegido para la gloria divina. Estaba dotado de una firme ecuanimidad de espíritu, ecuanimidad que sólo logra
ban perturbar los sentimientos de compasión o de misericordia; y, como es norma constante que un corazón alegre se refleja en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba la placidez y armonía de su espíritu.
Foto: MINUTO DE ORACIÓN

La vida de Domingo era tan virtuosa y el fervor de su espíritu tan grande, que todos veían en él un instrumento elegido para la gloria divina. Estaba dotado de una firme ecuanimidad de espíritu, ecuanimidad que sólo lograban perturbar los sentimientos de compasión o de misericordia; y, como es norma constante que un corazón alegre se refleja en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba la placidez y armonía de su espíritu.

En todas partes, se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos.

Con frecuencia, pedía a Dios una cosa: que le concediera una auténtica caridad, que le hiciera preocuparse de un modo efectivo en la salvación de los hombres, consciente de que la primera condición para ser verdaderamente miembro de Cristo era darse totalmente y con todas sus energías a ganar almas para Cristo, del mismo modo que el Señor Jesús, salvador de todos, ofreció toda su persona por nuestra salvación. Con este fin, instituyó la Orden de Predicadores, realizando así un proyecto sobre el que había reflexionado profundamente desde hacía ya tiempo.

Con frecuencia, exhortaba, de palabra o por carta, a los hermanos de la mencionada Orden, a que estudiaran constantemente el nuevo y el antiguo Testamento. Llevaba siempre consigo el evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, y las estudiaba intensamente, de tal modo que casi las sabía de memoria.

Dos o tres veces fue elegido obispo, pero siempre rehusó, prefiriendo vivir en la pobreza, junto con sus hermanos, que poseer un obispado. Hasta el fin de su vida, conservó intacta la gloria de la virginidad. Deseaba ser flagelado, despedazado y morir por la fe cristiana. De él afirmó el papa Gregorio noveno: «Conocí a un hombre tan fiel seguidor de las normas apostólicas, que no dudo que en el cielo ha sido asociado a la gloria de los mismos apóstoles».
En todas partes, se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos.

Con frecuencia, pedía a Dios una cosa: que le concediera una auténtica caridad, que le hiciera preocuparse de un modo efectivo en la salvación de los hombres, consciente de que la primera condición para ser verdaderamente miembro de Cristo era darse totalmente y con todas sus energías a ganar almas para Cristo, del mismo modo que el Señor Jesús, salvador de todos, ofreció toda su persona por nuestra salvación. Con este fin, instituyó la Orden de Predicadores, realizando así un proyecto sobre el que había reflexionado profundamente desde hacía ya tiempo.

Con frecuencia, exhortaba, de palabra o por carta, a los hermanos de la mencionada Orden, a que estudiaran constantemente el nuevo y el antiguo Testamento. Llevaba siempre consigo el evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, y las estudiaba intensamente, de tal modo que casi las sabía de memoria.

Dos o tres veces fue elegido obispo, pero siempre rehusó, prefiriendo vivir en la pobreza, junto con sus hermanos, que poseer un obispado. Hasta el fin de su vida, conservó intacta la gloria de la virginidad. Deseaba ser flagelado, despedazado y morir por la fe cristiana. De él afirmó el papa Gregorio noveno: «Conocí a un hombre tan fiel seguidor de las normas apostólicas, que no dudo que en el cielo ha sido asociado a la gloria de los mismos apóstoles».

martes, 7 de agosto de 2012

La Eucaristía

Es misterio
Es sacramento
Es sacrificio
Como misterio, se cree
Como sacramento, se recibe
Como sacrificio, se ofrece.
Se propone al entendimiento como misterio.
Se da al alma como alimento
Se ofrece a Dios como homenaje
Como misterio, anonada.
Como sacramento, alimenta
Como sacrificio, redime.
Como misterio, es admirable.
Como sacramento, es deleitable.
Como sacrificio, es inefable.
Como misterio, es impenetrable.
Como sacramento, es presencia real.
Como sacrificio, alimenta.
Como misterio, es impenetrable.
Como sacramento, es sabrosísimo.
Como sacrificio, es valiosísimo.
Como misterio, debo meditarlo.
Como sacramento, debo gustarlo.
Como sacrificio, debo apreciarlo sobre todo.
Es misterio de fe. Debo creerlo.
Es sacramento de amor. Debo amarlo.
Es sacrificio de Dios. Debo confiar en él.
Como misterio se esconde.. en el Sagrario.
Como sacramento, alimenta.. es convite, es comunión.
Como sacrificio, se inmola... es víctima.. es la Santa Misa.

¡Oh Misterio Adorable! El Sagrario será mi refugio.
¡Oh Sacramento Dulcísimo! Comulgar será mi mayor deseo.
¡Oh Sacrificio Estupendo! La misa será mi prioridad de vida.

lunes, 6 de agosto de 2012

La verdad y la parábola



"Hace mucho tiempo andaba Verdad por las calles, en los pueblos, tratando de hablar con la gente, pero la gente no la quería; la despreciaban por las ropas que llevaba. Verdad andaba vestida sencilla, sin lujos, sin pretensiones. ¡Es tan simple y pura!

Verdad intentaba acercarse a la gente, entrar en sus hogares, pero siempre era despreciada y humillada, pues nadie soportaba su presencia tan sencilla.

Un dia andaba Verdad caminando, llorando y muy triste por todo eso, cuando, de repente, se encuentra a alguien que venía muy alegre, divertida, vestida con colores muy llamativos y elegantes y que toda la gente la saludaba. Era Parábola.

Cuando Parábola ve a Verdad se dirige a ella y le pregunta:

- ¿Verdad, por qué lloras?

Verdad le responde:

- La gente me desprecia y me humilla. Nadie me quiere ni me acepta en sus casas. 
 Debo de ser muy vieja y fea ya que la gente me evita y huye de mí. 

¡Qué disparate! - dijo Parábola, riendo. No es por eso que la gente te evita. Toma, ponte una de mis ropas y fíjate lo que pasa …

Entonces, Verdad se puso una de las lindas prendas de Parábola. Y, de repente, en todos los lugares por donde pasaba, era bienvenida!"

Moraleja:

A las personas no les gusta encarar a la Verdad sin adornos … Ellas la prefieren disfrazada.

(Autor desconocido)

"Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8, 32)

domingo, 5 de agosto de 2012

El amor no lleva cuentas del mal



"Después de la transgresión de Adán, los pensamientos del alma, lejos del amor de Dios, se dispersaron y se mezclaron con pensamientos materiales y terrestres. Porque Adán, por su pecado, recibió en sí mismo la levadura de las malas tendencias y, así, por participación, todos los nacidos de él y de toda la raza de Adán tienen parte en esta levadura. Seguidamente, las malas disposiciones crecieron y se desarrollaron entre los hombres hasta el punto que llegaron a toda clase de desórdenes. Finalmente, la humanidad entera se vio penetrada de la levadura de la malicia.


De manera análoga, durante su estancia en la tierra, el Señor quiso sufrir por todos los hombres, rescatarlos con su propia sangre, introducir la levadura celeste de su bondad en las almas de los creyentes humillados bajo el yugo del pecado. Quiso perfeccionar en estas almas la justicia de los preceptos y de todas las virtudes hasta que, penetradas de esta levadura, se unieran para el bien y formaran 'un sólo espíritu con el Señor'. El alma que está totalmente penetrada de la levadura del Espíritu Santo ya no puede albergar el mal y la malicia, tal como está escrito: 'El amor no lleva cuentas del mal'. Sin esta levadura celeste, sin la fuerza del Espíritu Santo, es imposible que el alma sea trabajada por la dulzura del Señor y llegue a la levadura verdadera".



San Macario

sábado, 4 de agosto de 2012

El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús



El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.”

 “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina.”

 “¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”

 “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote… ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo”. 

“Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros”.

El Santo Cura de Ars enseñaba a sus parroquianos sobre todo con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar, acudiendo con gusto al sagrario para hacer una visita a Jesús Eucaristía:

“Sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle nuestro corazón, alegrémonos de su presencia. Ésta es la mejor oración”. “No hay necesidad de hablar mucho para orar bien”

“Venid a comulgar, hijos míos, venid donde Jesús. Venid a vivir de Él para poder vivir con Él…”. “Es verdad que no sois dignos, pero lo necesitáis.

La educación de los fieles en la presencia eucarística y en la comunión era particularmente eficaz cuando lo veían celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Los que asistían decían que “no se podía encontrar una figura que expresase mejor la adoración… Contemplaba la hostia con amor”. Él les decía:

“Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”. 

“La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!”. 

“¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!”.

Santo Cura de Ars

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