
cierras, que contienes en Ti todo deleite y el sabor de toda suavidad, que siempre nos restauras y nunca te desvirtúas, de Ti se nutra mi corazón y de tu dulzura se llene lo íntimo de mi alma. De Ti se nutre en plenitud el ángel; nútrase de Ti, según su capacidad el hombre peregrino, para que, fortalecido con tal alimento, no desfallezca por el camino.
Pan santo, Pan vivo..., que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y límpiame de toda impureza de la carne y del espíritu: entra en mi alma y santifícame interior y exteriormente. Sé Tú la continua salvación de mi alma y de mi cuerpo. Aleja de mí a los enemigos que me tienden asechanzas; huyan lejos de la presencia de tu poder, para que fortalecido por Ti en lo exterior y en lo interior, llegue por el sendero recto a tu reino, donde te veremos, no envuelto en el misterio como en esta vida, sino cara a cara... Entonces me saciarás de Ti con una saciedad admirable, de modo que no tenga ya hambre ni sed eternamente.
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia
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