jueves, 16 de agosto de 2012

Pan dulcísimo, cura el paladar de mi corazón


Foto: MINUTO DE ORACIÓN

Pan dulcísimo, cura el paladar de mi corazón para que experimente la suavidad de tu amor. Sánalo de toda debilidad, para que no guste otra dulzura fuera de Ti, ni busque otro amor, ni ame otra belleza. Pan purísimo que encierras, que contienes en Ti todo deleite y el sabor de toda suavidad, que siempre nos restauras y nunca te desvirtúas, de Ti se nutra mi corazón y de tu dulzura se llene lo íntimo de mi alma. De Ti se nutre en plenitud el ángel; nútrase de Ti, según su capacidad el hombre peregrino, para que, fortalecido con tal alimento, no desfallezca por el camino.

Pan santo, Pan vivo..., que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y límpiame de toda impureza de la carne y del espíritu: entra en mi alma y santifícame interior y exteriormente. Sé Tú la continua salvación de mi alma y de mi cuerpo. Aleja de mí a los enemigos que me tienden asechanzas; huyan lejos de la presencia de tu poder, para que fortalecido por Ti en lo exterior y en lo interior, llegue por el sendero recto a tu reino, donde te veremos, no envuelto en el misterio como en esta vida, sino cara a cara... Entonces me saciarás de Ti con una saciedad admirable, de modo que no tenga ya hambre ni sed eternamente.

San Anselmo, obispo y doctor de la IglesiaPan dulcísimo, cura el paladar de mi corazón para que experimente la suavidad de tu amor. Sánalo de toda debilidad, para que no guste otra dulzura fuera de Ti, ni busque otro amor, ni ame otra belleza. Pan purísimo que en
cierras, que contienes en Ti todo deleite y el sabor de toda suavidad, que siempre nos restauras y nunca te desvirtúas, de Ti se nutra mi corazón y de tu dulzura se llene lo íntimo de mi alma. De Ti se nutre en plenitud el ángel; nútrase de Ti, según su capacidad el hombre peregrino, para que, fortalecido con tal alimento, no desfallezca por el camino.


Pan santo, Pan vivo..., que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y límpiame de toda impureza de la carne y del espíritu: entra en mi alma y santifícame interior y exteriormente. Sé Tú la continua salvación de mi alma y de mi cuerpo. Aleja de mí a los enemigos que me tienden asechanzas; huyan lejos de la presencia de tu poder, para que fortalecido por Ti en lo exterior y en lo interior, llegue por el sendero recto a tu reino, donde te veremos, no envuelto en el misterio como en esta vida, sino cara a cara... Entonces me saciarás de Ti con una saciedad admirable, de modo que no tenga ya hambre ni sed eternamente.



San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia

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