miércoles, 15 de agosto de 2012

No hay que tener miedo

Pues cuando parece que Jesús va dormido, estás más al tanto que nunca y es cuando menos nos dejas de su mano.
 
No hay que tener miedo
No hay que tener miedo
¡Gente de poca fe!...

Escuchamos este reproche de Jesús. ¿Por qué será? ¿Por qué Jesús da tanta importancia a la fe y a la confianza en Él? ¿Por qué se queja cuando nos ve titubeantes? ¿Por qué?...

Aquel día había sido para Jesús una jornada muy dura, con predicar y atender a la gente.
Llegado el atardecer, da a los apóstoles, hombres del lago que lo conocen bien, esta orden precisa:
- Preparad la barca y vámonos a la otra orilla. A ver si podemos descansar un poco.

Ni tardos ni perezosos, preparan la nave, montan en ella a Jesús, y emprenden la travesía. Se acerca la noche, y viene lo peor e inesperado. El lago de Genesaret era así. No avisaba ni prevenía las borrascas, que se levantaban en el momento más inesperado.

Empieza a soplar un viento impetuoso, se alzan fuertes oleadas, y la barca se llena de agua con verdadero peligro de naufragio.

Jesús, entre tanto, dormido profundamente sobre un cabezal en popa, pues no podía con el cansancio de aquel día. Los apóstoles lo remueven, le desvelan y le gritan llenos de espanto:
- ¡Maestro! ¡Maestro! ¿No te importa que nos muramos?...

Jesús se sacude los ojos, contempla la escena, se encara con el viento -¡Calla!-, y le grita al mar embravecido:
- ¡Cálmate!...

El viento cesa repentinamente y se produce una bonanza total en el lago.

Pero a los apóstoles les reprocha con la compresión de siempre, aunque también con seriedad:
- ¿A qué viene tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?...

Los apóstoles se salvan de una muerte segura. Y comienzan a decirse unos a otros, como si aún no conocieran a Jesús:
- Pero, ¿quién es éste, al que obedecen hasta el viento y el mar?...

Hasta aquí, la narración del Evangelio, que a nosotros nos viene a dar esa lección que Jesús nos quiere meter bien adentro de la cabeza: ¡Fe! ¡Confianza! ¡Fuera miedos!...

Cuando Lucas nos narra este mismo episodio nos advierte, con toda intención, que la barca era de Pedro. Clara alusión al sentido del milagro: en la barca de la Iglesia va siempre velando Jesús.

Pedro, el Papa, nosotros los fieles metidos en la barca, ¿hemos de temer las persecuciones contra la Iglesia, los momentos difíciles que la Iglesia ha de pasar, las incomprensiones de que la Iglesia es objeto?... Nada de esto debe preocuparnos. Estamos prevenidos y sabemos que la Iglesia es indefectible. Una Iglesia sin contradicción nos daría miedo, pues no sería la Iglesia de Jesucristo.

El Señor, aunque parezca que a tiempos está dormido, vela constantemente sobre su Iglesia, a la que han asaltado piratas, la han bombardeado desde el aire, le han perseguido los submarinos, la han rodeado acorazados poderosos para hundirla... --¿de qué manera no habrán atacado la nave de la Iglesia?--, y la Iglesia lleva ya dos mil años cruzando los mares sin hundirse...

Pero, no estamos ahora haciendo apología de la Iglesia ni la queremos presentar con aire triunfalista.

Miramos la fe en nuestras propias vidas. ¿Cómo y por qué debemos tener fe en Dios?

Nuestros padres, abuelos y antepasados se preocupaban mucho de los fenómenos naturales. Una buena lluvia traía una buena cosecha. Una sequía resultaba fatal. Un terremoto causaba una catástrofe irreparable. La enfermedad estropeaba quizá para siempre la vida. La salud era el mayor de los bienes... Y así todas las realidades físicas, unas buenas otras malas. Por eso, toda la oración iba dirigida a Dios para escapar de estos males y para conseguir todos esos bienes.

Hoy vivimos con la convicción de que todo eso sigue estando en la mano de Dios. Pero sabemos también que todos esos fenómenos obedecen a causas naturales, bien conocidas, y nuestro tesón va dirigido a dominar esas fuerzas de la naturaleza que Dios pone en nuestras manos.

Otra cosa son los males morales y espirituales. Aquí ya nos encontramos con una gran responsabilidad por parte nuestra. No podemos echar la culpa a fallos de la naturaleza sino a descuidos nuestros.

¿De dónde puede venir un fracaso en el negocio? A lo mejor, de falta de preparación o de la pereza...
¿De dónde puede venir un fracaso en el amor?
A lo mejor, de un carácter insoportable...
¿De dónde puede venir un accidente de tránsito? A lo mejor, de una imprudencia culpable...
¿De dónde un mal social, como la pobreza extrema? A lo mejor, de la injusticia reinante...

Tanto en los males físicos como morales, nos toca sufrir. No nos gustan. Nos los queremos echar de encima. Y hacemos bien. Porque es deber nuestro el evitarlos.

¿Dónde suele estar entonces nuestro fallo? Por una parte, está en la falta de fe y confianza en el amor y providencia de Dios.

Y por otra, en la falta de colaboración nuestra para ayudar al mismo Dios.

Dios nos ayuda a nosotros cuando nosotros ayudamos a Dios con nuestro trabajo y con nuestro esfuerzo. La Providencia de Dios cuenta siempre con ese trabajo y esfuerzo nuestros. Y sólo entonces tenemos derecho a acudir a Dios con la oración, sabiendo que Dios no nos va a fallar.

¡Señor Jesucristo! Tú nos amas y estás siempre con el ojo atento sobre nosotros.

¿Qué mal nos puede venir si te llevamos, no en una barca, sino en el corazón? Siempre confiaremos en Ti. Pues cuando parece que vas dormido, estás más al tanto que nunca y es cuando menos nos dejas de tu mano....

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