domingo, 26 de enero de 2014

Dichosos los que no han visto y han creído


"Quiero seguir escribiéndote hasta que, por la gracia de Dios, empieces a hacer una hora santa por día y tengas adoración perpetua en tu parroquia.

Es solo cuestión de fe. ¡Fe en que el Santísimo Sacramento es realmente la persona de Jesús, aquí con nosotros, en este mismo lugar y en este mismo momento!. Tomás no creyó que Jesús había resucitado. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré” (Jn 20,25).

Por esta razón se le llama: “Tomás el incrédulo”. ¿Quien es hoy “Tomás el incrédulo”?. La gente cree en la resurrección, pero ¿sabe dónde vive el Señor resucitado? Hoy “Tomás el incrédulo” es aquel que no cree que el Santísimo Sacramento ES Jesús, nuestro Salvador Resucitado, con todo el poder de su Resurrección que derrama gracias abundantes sobre todos aquellos que se acercan a Su divina presencia!

Muchos dirán que “sí”, que creen en la presencia real. Pero la fe es mucho más que una aprobación intelectual. La fe es inseparable del modo de actuar. Si creemos que Jesús está presente en el Santísimo Sacramento, entonces actuamos de acuerdo a nuestra fe. Vamos a Él, nos acercamos a Él, corremos hacia Él. San Pablo dice “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,1).

Si pudieras ver a Jesús en el Santísimo Sacramento, ¿no reservarías una hora todos los días para estar con Él? Si pudieras verLo como realmente es, ¿no tendrías adoración perpetua en tu parroquia? Sería imposible detenerlo, porque el mundo entero vendría día y noche a verLo y estar con Él. 

Imagínate lo que sucedería si Jesús se hiciera visible en el Santísimo Sacramento. Todo el mundo querría tomar el primer vuelo para ir a tu parroquia. Y, ¿no le diría Jesús, a cada uno, lo que le dijo al apóstol Tomás: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20,29). 
Jesús se aparece a Tomás para que éste pueda creer que Cristo ha resucitado. La maravilla más grande de Su Amor es que Él no se te aparezca a ti, mi querido amigo.

En lugar de eso, Jesús te espera en el Santísimo Sacramento. Él quiere que vayas a Él por la fe, para que por toda la eternidad, te pueda llamar "DICHOSO". Su Amor es demasiado grande para decir: "Acerca aquí tu dedo y mira Mis manos; trae tu mano y métela en Mi costado y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20,27).

Cree que el Santísimo Sacramento es el mismo que dijo estas palabras a Tomás, el mismo Jesús que atravesó las puertas cerradas y que se presentó en medio de los apóstoles y les dijo: "La paz esté con vosotros".

Ésta es la paz que Jesús quiere que tengas en tus horas santas. La experiencia de esta paz es mejor que si Jesús te mostrara sus llagas. Sus llagas en el Santísimo Sacramento ya no son horribles. Son ahora la belleza del paraíso, brillan más gloriosamente que el sol; son fuente de gracia.

Jesús quiere darte la plenitud de estas gracias, por venir a Él por la fe. Por eso es mejor que Él no te muestre sus llagas visibles, como al apóstol Tomás, porque quiere derramar sobre ti las gracias invisibles de estas llagas con todo el mérito, toda la gloria, la belleza y el amor salvífico que emanan de ellas.

Con cada hora santa que hagas, le estás diciendo a Jesús: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,28). Y cada vez Él te dice: "Dichoso eres porque no has visto y has creído".

Fuente: Mons. Pepe. Cartas a un hermano sacerdote. Adaptado 

lunes, 13 de enero de 2014

El poder de la oración


"A través de la oración el alma se arma para enfrentar cualquier batalla. En cualquier condición en que se encuentre un alma, debe orar. Tiene que rezar el alma pura y bella, porque de lo contrario perdería su belleza; tiene que implorar el alma que tiende a la pureza, porque de lo contrario no la alcanzaría; tiene que suplicar el alma recién convertida, porque de lo contrario caería nuevamente; tiene que orar el alma pecadora, sumergida en los pecados, para poder levantarse. Y no hay alma que no tenga el deber de orar, porque toda gracia fluye por medio de la oración."

Diario de Santa Faustina, n.146

sábado, 11 de enero de 2014

Con ardiente amor y fervor de corazón, deseo recibirte, Señor


Con la mayor devoción y ardiente amor, con todo afecto y fervor de corazón deseo recibirte, Señor, tal como desearon recibirte en la comunión muchos santos y personas devotas que te complacieron por su santidad de vida y tuvieron muy ardiente devoción. Dios mío, Amor eterno, todo mi Bien, Felicidad interminable, ansío recibirte con vehementísimo deseo y dignísimo respeto tal como jamás algún santo tuvo o pudo sentir.

Y aunque soy indigno de tener todos estos sentimientos de devoción, sin embargo te ofrezco todo el afecto de mi corazón como si solamente yo pudiera tener todos estos gratísimos deseos inflamados. Pero todo cuanto puede concebir y desear una mente piadosa, te lo presento y ofrezco con sumo respeto e íntimo fervor. Nada deseo reservar para mí sino inmolarte espontánea y gustosamente a mí mismo y todo lo mío. Señor Dios mío, Creador mío y Redentor mío, Con el mismo afecto, respeto, alabanza y honor; con la misma gratitud y amor; con la misma fe, esperanza y caridad deseo hoy recibirte como te recibió y deseó tu Santísima Madre, la gloriosa Virgen María, cuando le respondió humilde y devotamente al mensajero que le anunciaba el misterio de Encarnación: He aquí la esclava del Señor, suceda conmigo según tu palabra (Lc 1, 38).

Y como tu santo Precursor, excelentísimo santo, Juan el Bautista, saltó de júbilo en tu presencia en el gozo del Espíritu Santo, estando todavía dentro del seno materno y después de ver a Jesús caminando entre la multitud, humillándose mucho decía con devoto afecto: "El amigo del novio, que está ante él y le oye se alegra mucho al escuchar su voz" (Jn 3, 29), así yo quiero inflamarme con grandes y sagrados deseos y presentarme ante Ti de todo corazón. Por eso te ofrezco y dedico las alegrías íntimas de todas las personas devotas, sus ardientes afectos, sus ideas brillantes, sus inspiraciones sobrenaturales y visiones místicas con todas las virtudes y alabanzas que celebran todos los seres creados en el cielo y en la tierra, por mí y por todos los que se han encomendado a mis oraciones para que seas alabado dignamente por todos y seas glorificado perpetuamente.

Recibe mis promesas, Señor Dios mío, y los deseos de infinita alabanza e inmensa bendición que mereces justamente de acuerdo con la inmensidad de tu inexpresable grandeza. Esto ahora te ofrezco y ofreceré todos los días y en cada momento e invito y suplico a todos los espíritus del cielo juntamente con los fieles, con ruegos y afecto que se unan a mí para ofrecerte gratitud y alabanzas.

Todos los pueblos, las tribus y las razas te alaben y engrandezcan tu santo y dulce Nombre con la mayor alegría y ardiente devoción. Todos los que respetuosa y devotamente celebran tu altísimo Sacramento y lo reciben con plena fe, merezcan encontrar tu gracia y misericordia y rueguen por mí humildemente. Cuantos hayan podido disfrutar de la deseada devoción y unión, y se retiraron de la Sagrada Mesa llenos de consuelo y admirablemente reconfortados sírvanse acordarse de mí que soy pobre.

Fuente: Imitación de Cristo. Capítulo XVII. Recibir a Cristo con amor ardiente y vehemente afecto.
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