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martes, 23 de octubre de 2012

No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo


ROMA, 22 Oct. 12 / 10:51 am (ACI).- Hoy 22 de octubre la diócesis de Roma –y otras más en el mundo que solicitaron adherirse a la celebración– conmemoran la fiesta del Beato Juan Pablo II, elevado a los altares por el Papa Benedicto XVI el 1 de mayo de 2011.
Entre los diversos actos que se realizan para celebrar esta fecha, una reliquia con la sangre del Papa polaco ha sido llevada al Santuario de la Virgen de Lourdes en Francia, acompañando la peregrinación que organiza la Unión Nacional Italiana para el Transporte de Enfermos a Lourdes y a los Santuarios Internacionales (UNITALSI) del 21 al 27 de octubre.
El Papa Benedicto XVI beatificó a Juan Pablo II el 1 de mayo de 2011 ante 1 millón de personas llegadas de distintas partes del mundo a la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Ese día estableció que su fiesta se celebraría en Roma cada 22 de octubre.
"¡Bienaventurado tú, amado Beato Papa Juan Pablo II, porque has creído! ¡Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios!": así concluía su homilía Benedicto XVI al beatificar a Karol Wojtyla, haciendo resonar la abarrotada Plaza de San Pedro.
Hoy hace 34 años comenzaba su Pontificado el Beato Juan Pablo II. En aquella oportunidad, en 1978, el Papa peregrino dijo: "mi pensamiento se dirige ahora hacia el mundo de lengua española, una porción tan considerable de la Iglesia de Cristo. A vosotros, hermanos e hijos queridos, llegue en este momento solemne el afectuoso saludo del nuevo Papa".
"Unidos por los vínculos de una común fe católica, sed fieles a vuestra tradición cristiana, hecha vida en un clima cada vez más justo y solidario, mantened vuestra conocida cercanía al Vicario de Cristo y cultivad intensamente la devoción a nuestra Madre, María Santísima".
Beato Juan Pablo II, ruega por nosotros

jueves, 18 de octubre de 2012

Es hermoso estar con Él...




Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el « arte de la oración », ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!

Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio. De manera particular se distinguió por ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió: « Entre todas las devociones, ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros ». La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia.

Beato Juan Pablo II

Encíclica Ecclesia de Eucharistia. Disponible en:

http://www.vatican.va

jueves, 7 de junio de 2012


"Cristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza" (2Cor 8, 9), Cristo nos dio todo y se nos dio del todo. Nos dio su tiempo, su palabra, su cuerpo y su sangre toda, que es toda la vida. Nos sigue dando su presencia, su palabra, su perdón, su gracia. Llegan hasta nosotros cada día. Y aquí está, la Eucaristía, como signo de su amor desbordante -sin límites- y permanente -hasta el extremo-. No es un amor estático, que espera ser visitado para comunicarse. Es un amor dinámico y oblativo, que se está ofrenciendo y rompiendo por nosotros. Es un pan que se rompe y que espera ser comido. Es una experiencia de gozo y de fuego que nos atrae y que nos envía a incendiar el mundo. La Eucaristía no es algo, es "Alguien", es Él, Jesús.


Mezquindad humana:


En contraste con la generosidad y gratuidad de Dios nos encontramos con la avaricia carroñera del hombre. Frente a la mano abierta de Dios se alza la mano cerrada, y aun el puño cerrado del hombre, por si acaso. Decía San Juan Crisóstomo: "Mientras Dios desea por todos los medios mantenernos unidos pacíficamente, nosotros tenemos las miras puestas en la mutua separación, en la usurpación de los bienes materiales, en pronunciar esas palabras glaciales: mío y tuyo. Desde ese momento empieza la lucha, desde ese instante la bajeza". Hoy también permanecen las palabras glaciales: mío y tuyo en vez de nosotros y vosotros. De ahí que se rivalice ferozmente y que las desigualdades entre unos y otros lleguen a ser 'abismales'. "


(Beato Juan Pablo II)
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