
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira a la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por los oleajes del orgullo, de la ambición, de la maledicencia, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros, sacuden la frágil embarcación de tu alma, levanta los ojos a María.
Si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del juicio, comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de la tristeza, a despeñarte en el abismo del desespero, piensa en María.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de la intercesión de Ella, no tomes con negligencia los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás; rezándole no desesperarás; pensando en Ella evitarás todo error. Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin. Y así verificarás por tu propia experiencia con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”.
(San Bernardo, Alabanzas de la Virgen María, “super Missus”, 2a. homilía, 17 –apud Pierre Aubron SJ. L´Oeuvre Marial de Saint Bernard, Editions du Cerf, Paris, Les Cahiers de la Vierge, No. 13-14, marzo de 1936, pp. 68-69).
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