Señor, te ofrezco mi pasado y lo confío a tu misericordia, esperando ser perdonado sólo por tu bondad; no intentaré excusarme, ni asegurarme del pasado presentándote algún mérito, alguna buena acción, reparación o resolución buena; tanto para el pasado como para el futuro me remito a tu misericordia.
Me pongo delante de Ti, oh Dios santo, con el recuerdo doloroso de mi pecado y de la traición al amor, con la certeza de mi fragilidad e impotencia, pero confiando en tu amor maravilloso, nunca harto y que nunca me ha faltado. ¡Ten piedad de mí! Desconfía de mí, estate a mi lado, porque sabes lo reacio y caprichoso que soy apenas aflojas la vigilancia. Sin embargo, Señor, no aprietes más allá de mis fuerzas, que son débiles hasta el ridículo; tómame como soy y como estoy hecho, para rehacerme a tu modo y ser así capaz de seguir tu voluntad.
Ni siquiera oso decirte que te quiero. Querría podértelo probar, pero mira que ya para eso necesito de Ti: no puedo amarte sin que Tú me ames. Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo... Haz de mí un verdadero hijo, digno del Reino y de la promesa, un hijo sobre el que caiga tu sangre, en el que circule tu vida... Sé que no tengo fuerza... estáte siempre conmigo, trabaja conmigo, combate en mí. Señor, me ruborizo al ofrecerte mi amor contrito.
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