De nada me servirán los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva.
Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida,
no queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me
entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda
contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que
imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero
decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.
El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y
pretende arruinar mi deseo que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los
aquí presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de
Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos
mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Ni me hagáis
caso si, cuando esté aquí, os suplicare en sentido contrario; haced más bien
caso de lo que ahora os escribo.
Porque os escribo en vida, pero deseando morir.
Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos;
únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me
dice: «Ven al Padre.» No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los
placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.
placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.
No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este
deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así
vosotros hallaréis también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica:
hacedme caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que
no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad por mí, para
que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a
la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo
contrario, es que me habéis aborrecido.
San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, padre de la Iglesia
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