Señor, Tú eres justamente el que me faltaba, y nunca habría osado
esperar tenerte, tan maravilloso como eres. Yo pensaba hablar a Dios como hablo
a un hombre.
Y he aquí que eres Dios que vive como un
hombre... ¡Oh revelación de Dios al mundo!... ¡Oh Dios, Jesucristo! Para
conocerte no necesito ya atormentarme; lo mejor es ser verdaderamente hombre.
Pues has tomado mi naturaleza, nada hay humano que no puede convertirse para mí
en religioso, es decir, en un lazo contigo.
Yo vengo a Ti con mi modo de pensar, porque ya,
para conocer a Dios hecho hombre, lo mejor es tener ojos de carne e
inteligencia humana. Vengo a Ti con mi modo de amar, oh Corazón sagrado, cuyos
latidos palpitan al unísono conmigo... Vengo a Ti como a mi hermano, y en todo
hombre -¡Oh maravilla!- puedo venerar a Dios. Vengo a Ti con mi manera de
sufrir, ¡oh Cristo crucificado!, cuya sangre bebió la tierra y cuyos gemidos y
repugnancias escucharon los hombres...
Vengo a Ti con mi modo de orar, porque Tú tienes labios para
responderme, porque has tenido por madre a una mujer de la tierra como la he
tenido yo...
Vengo a Ti con mis mismos pecados, ¡oh Cordero de Dios venido para
quitarlos y borrarlos en el instante mismo en que los has tomado sobre Ti!
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