Acerquémonos al Corazón del Señor Jesús, y
exultaremos y nos regocijaremos en Él. ¡Cuán bueno y suave es habitar en este
Corazón! Es el tesoro escondido, la perla preciosa que encontramos, oh Jesús,
al ir profundizando en el campo de tu Cuerpo. ¿Quién rechazará esta perla? Al
contrario, por ella daré todos mis bienes; dejaré a cambio todas mis
preocupaciones, todos mis afectos. Todas mis preocupaciones las abandonaré en el
Corazón de Jesús: Él me bastará y proveerá sin falta a mi subsistencia.
Es en este templo, en este Santo de los santos, en
esta arca de la alianza, donde vendré a adorar y alabar el nombre del Señor:
"Tu siervo ha encontrado su corazón, decía David, para orar a mi
Dios". También yo he encontrado el Corazón de mi Señor y mi Rey, de mi
hermano y amigo. ¿No oraré? Sí, oraré porque, lo digo con toda audacia, su
Corazón es mío. Oh Jesús, dígnate aceptar y escuchar mi oración. Hazme entrar
todo entero en tu Corazón. Aunque la deformación por mis pecados me prive de
entrar en Él, puesto que este Corazón, por un amor incomprensible, se ha
dilatado y ensanchado, Tú me puedes recibir y purificar de mi impureza. Oh
Jesús, lávame de mis iniquidades para que , purificado por Ti, pueda habitar en
tu Corazón todos los días de mi vida para ver y hacer tu voluntad. Si tu
costado ha sido traspasado es para que su entrada sea una gran abertura. Si tu
corazón ha sido herido es para que, al abrigo de exteriores agitaciones,
podamos habitar en Él. Y es también para que, en la herida visible, veamos la
herida invisible del amor.
San Buenaventura, doctor de la Iglesia
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