La Eucaristía es el núcleo fuerte de nuestra espiritualidad. La Eucaristía es vida nuestra y viático. Es memorial del "amor más grande" y signo de una Presencia misteriosa. Es acicate para el compromiso de cada día y alimento de nuestra esperanza. Es paradigma de fraternidad y fermento de un mundo nuevo. Sin la Eucaristía "non possumus". "¿Qué sería de nuestra vida de cristianos sin la Eucaristía?" (Benedicto XVI)
Desde que Jesús se reunió con sus discípulos en el Cenáculo, otro mundo es posible. Allí se prendió una mecha de amistad y de solidaridad que no deja de crecer. Allí se estamparon las más hermosas actitudes de servicialidad. Allí se estableció el principio, verdadero dogma, de que sólo vale el amor; y se explicaron magistralmente las cualidades del amor verdadero, oblativo, a la vez humano y divino, amor que "no tiene medida", "amor que llega hasta el fin".
Allí se habló de gratuidad, de permanencia, de esperanza. Allí se sintió la necesidad de estar unidos, evitando los peligros del aislamiento y las infidelidades. Allí, sobre todo, se vivió la comunión perfecta. Aquello fue, en algún momento, un anticipo del cielo.
"El mundo incluso, nuestra sociedad, si se dejara contagiar por el dinamismo eucarístico, pronto vería el fin de sus problemas" (Benedicto XVI)
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