Es
hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto
(cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el
cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el « arte de
la oración », ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos
en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante
Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos
hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza,
consuelo y apoyo!
Numerosos
Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada
repetidamente por el Magisterio. De manera particular se distinguió por
ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió: « Entre todas las devociones,
ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de los sacramentos,
la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros ». La Eucaristía es
un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella
fuera de la Misa, nos da la posibilidad de
llegar al manantial mismo de la gracia.
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