La oración no consiste en el fervor ni en la sequedad, sino en la voluntad firme de cumplir en cada momento la de Dios, mientras tengamos conciencia de que estamos haciendo lo que el Señor nos pide no podemos desalentarnos. La oración no es estar a gusto con Jesús, sino también acompañarle incluso sin hablar. El cuerpo no entiende de oración y hay que decirle aguántate, bastante tengo yo que aguantarte a ti, no quitarle ni un minuto. No lea en la oración, mírelo y ámelo y dígale que va a ser fiel.
Orar no es difícil, si piensa bajamente de sí y altamente de Dios. Ahí está todo. Quien tiene hambre busca la comida, quien está cansado desea sentarse, quien está enfermo llama al médico, y quien se ve miseria acude a la misericordia de que Jesús. Eso y no otra cosa es orar.
No tengo más que decir que seamos muy de Dios, porque con la experiencia de vida que tenemos, vemos que todos y todo siguen poco más o menos lo mismo. Lo preciso es que nosotros nos mejoremos y seamos más hombres de fe en todo. Casi siempre nos fijamos en los demás como obstáculos para nuestra santificación y nos engañamos. A nadie le hace daño nadie sino se aparta de Dios; ni aun el demonio puede con nosotros. Por tanto no deje la oración y el silencio, porque el hablar mucho seca el corazón del fervor de la oración, y les irá muy bien.
Hay que hacer meditación. Es necesario. De otra forma se enfrían los corazones y se pierde la firmeza de la fe. La lectura espiritual y la meditación son las dos ruedas con que se camina en el camino de la virtud. Sin éstas es imposible caminar por el camino de la virtud. Por tanto, no olvide ésta mi única recomendación y aviso: la oración y la oración. Hágala cuando pueda por la mañana o por la tarde, pero día sin oración es día perdido.
Más hace el que más ora. Vamos a tener mucha humildad y vencernos en cosas pequeñas para tener energías para cuando vengan las grandes, porque tienen que llegar.
Pídale al Señor que le dé lo mismo que la quieran y admiren como la desprecien y critiquen. No se ocupe de eso. Mire más a Jesús, a ver si Él la quiere y la admira, y de los hombres nada le importe. El mal no está en esas sensaciones interiores sino en si nos preocupan los dichos y hechos de los demás. Pídalo al Señor, pídalo y pídalo con humildad.
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