Te alabo, te glorifico, te bendigo, Dios mío, por los innumerables beneficios que me has concedido aunque inmerecidamente; me has ayudado en la incertidumbre, me has levantado en la desesperación.
Alabo tu clemencia que
me ha esperado tanto tiempo; tu dulzura que ha sido tu venganza; tu piedad que me ha llamado; tu benignidad que me ha acogido; tu misericordia que me ha perdonado los pecados; tu bondad que se ha manifestado más allá de mis méritos; tu paciencia que ha olvidado las injurias; tu condescendencia que me ha consolado; tu paciencia que me ha protegido; la eternidad que me habrá de conservar; la verdad que me dará la recompensa.
¿Qué diré luego, Dios mío, de tu inefable generosidad? Pues Tú llamas al que huye, acoges al que torna, ayudas al que está incierto, armas al que combate, coronas al que triunfa, no desprecias al pecador que ha hecho penitencia, ni te acuerdas de las injurias recibidas...
Soy incapaz de darte la alabanza debida por todos estos beneficios; por eso doy gracias a tu Majestad por la abundancia de tu inmensa bondad, para que multipliques, conserves y recompenses siempre en mí tu gracia.
Sto Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia.
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